El Pasquali que yo conocí
Andrés Cañizalez | @infocracia
“Recuerdo a Antonio como un niño en un día de navidad, recorriendo la planta, probando los chocolates”
Falleció Antonio Pasquali a sus 90 años de edad. No puedo decir otra cosa que tuve el enorme privilegio de conocerle en persona, compartí la mesa, coincidimos en algunos viajes para asistir a congresos y seminarios, y lo más importante, pude hacer gestiones para rendirle tributo cuando aún estaba con vida. Vivió a plenitud.
Al igual que para todos los estudiantes y estudiosos de la comunicación de masas en Venezuela y América Latina, leer a Pasquali fue para mí un mandato obligatorio en algún momento. Al leerlo, por su densidad, te haces una imagen de una suerte de sabio. De un intelectual con letras mayúsculas. Aquello obviamente intimida cuando interactúas con el hombre, con el ser humano detrás de todos los libros y reflexiones originales que publicó.
Le llamaba Antonio porque él mismo me lo pidió, en un acto de camaradería, cuando en el período 2011-2012 sostuvimos diversas reuniones con Marcelino Bisbal y Óscar Lucien. Soñábamos, en aquel momento, con un cambio en Venezuela y al igual que decenas de académicos y expertos en diversas áreas accedimos a prestar nuestros servicios a la causa democrática.
En aquel momento fue cuando Pasquali pasó a ser Antonio. No puedo decir que fuimos amigos, en el sentido de lo que se entiende la amistad en Venezuela, pero tuvo diversas muestras de afecto y deferencias conmigo, que nos permitieron acercarnos. Yo, debo decirlo, desde la admiración que le profesaba incluso antes de conocerle en persona.
La primera vez que ví a Pasquali cara a cara fue por 1998. Estaba yo en mi primer año como profesor en la Universidad Católica Andrés Bello y debo confesar que naufragaba en mis intentos de mantener viva la atención de estudiantes en una asignatura teórica de un año académico completo. Por allá por abril, si mal no recuerdo, tuve la idea de invitar a expertos. Los invitados especiales eran el as bajo la manga para reanimar a los alumnos.
Pasquali llegó en su moto Vespa hasta Antímano. El director de la Escuela de Comunicación en aquel momento, Max Römer, tuvo la gentileza de conseguir un auditorio. ¡Cómo vamos a recibir a Antonio Pasquali en un aula de clase!, exclamó.
Antonio me salvó el día, en la conversación previa a la clase me recomendó un par de restaurantes de precios solidarios en Caracas, incluido el chino que frecuentaba él por la calle de los hoteles en Bello Monte. Además hablamos del único nombre que en ese momento nos unía: Alejandro Alfonso.
No pensaba dedicarme yo a la investigación y fue tan fatal aquel año en la universidad, mi primer año como profesor, que en julio recibí la carta respectiva anunciándome que se prescindía de mis servicios.
Pasaron los años, me hice parte de la revista Comunicación del Centro Gumilla, me esforcé en seguir estudiando en postgrado, y luego de varios años tuve el cargo de investigador en mi alma mater. Había vuelto a la UCAB.
La segunda vez que tuve un contacto directo con Pasquali fue a través de una llamada telefónica. Estaba iracundo. Era 2007.
Con el apoyo del entonces presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (ALAIC), el boliviano Erick Torrico, impulsamos la creación de una nueva asociación venezolana de investigadores, que tuvo a la zuliana María Isabel Neüman como presidenta. Nacía INVECOM. Antonio estaba realmente molesto porque no habíamos optado por revivir la AVIC, una asociación que él junto con otros académicos de entonces había fundado en los años 70, con vida efímera.
En 2009, junto con Marcelino Bisbal buscamos el apoyo del entonces rector de la UCAB, Luis Ugalde, y se le concedió la Orden Andrés Bello a Pasquali. Yo, pese a que promoví personalmente aquello, opté por quedar en segundo plano ya que Antonio todavía no me perdonaba lo de INVECOM.
En 2011, pero en verdad en 2012 con la cercanía de las elecciones presidenciales en las que Henrique Capriles se enfrentó a Hugo Chávez, me empecé a encontrar de forma recurrente con Pasquali. La posibilidad de que se llevará adelante un programa nacional de radio y televisión de servicio público, si ocurría el cambio político, era uno de nuestros desvelos de entonces. Para Pasquali aquella era la oportunidad de concretar lo que había sido, desde siempre, un viejo sueño.
Entre 2013 y 2015 nos estuvimos viendo con mucha frecuencia. Le visité en su apartamento de Altamira, en varias ocasiones. Conversamos en la cocina, me invitó a comidas que él preparó para agasajar a otros colegas, pude llevarle a Barquisimeto –mi ciudad-, viajamos juntos a un congreso en Lima (antes habíamos ido a Quito), le rendimos homenajes en la Católica a propósito de los 50 años de “Comunicación y cultura de masas”, su obra capital.
Y, finalmente, quedamos en paz en aquel 2015 cuando accedió, gustoso, a ser miembro emérito de INVECOM, que entonces yo presidía.
Amante de la buena mesa, amigo de sus amigos, dueño de su intimidad y de su vida personal, cascarrabias, empecinado con algunos temas, lector voraz en muchos ámbitos del conocimiento.
Guardo dos estampas de un Antonio humano.
En 2013, cuando visitó Barquisimeto, se le ocurrió la idea que además de unas charlas y un congreso académico en el cual lo habíamos incluido, nos hiciéramos una visita a Chocolates El Rey, cuya fabrica está en la ciudad.
Recuerdo a Antonio como un niño en un día de navidad, recorriendo la planta, probando los chocolates, dándonos conocimiento sobre el chocolate.
En 2014, en tanto, viajamos al congreso de ALAIC en Lima. La organización se preparó para rendirle un tributo a casa llena. Más de 300 investigadores de toda América Latina le ovacionaron de pie, se mostraron videos, dieron discursos en su honor.
Cuando a Pasquali le tocó responder, no pudo, se echó a llorar. Yo estaba junto a él en el podio. “Cañizález, puse la plasta”, me dijo. No quería mostrarse en público como emotivo. Tras superado el trance, me dijo que aquel había sido uno de sus días más felices porque sus pares le homenajeaban. Le reconocían.
Hay muchas otras anécdotas, desde restaurantes en los que Pasquali le daba instrucciones al chef para mezclar los ingredientes de dos platos que aparecían separados en la carta; hasta el pago de una conferencia que solicitó que fuese en especies, y pidió cacao ecuatoriano.
La última vez que lo vi en persona, a fines de 2018, le comenté que iba a estar una temporada en Madrid. Te voy a dar el dato de dónde se come la mejor paella de Madrid y no es un precio escandaloso, me dijo.
Como la primera vez que nos vimos cara a cara, justamente 20 años antes, Antonio ponía por delante sus recomendaciones culinarias.
Ese fue el Pasquali que tuve la dicha de conocer.
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