Clase media de Venezuela no tiene cabida en urbanizaciones a la moda
Las viviendas están en mal estado en áreas a la moda de Caracas, donde los residentes de toda la vida no tienen los medios para comprar en tiendas y restaurantes locales mientras el aumento del dólar alimenta la desigualdad.
La reducida clase media de Venezuela tiene cada vez menos acceso a los sectores más cotizados de Caracas, donde restaurantes de lujo han abierto sus puertas junto a edificios que eran modernos y ahora totalmente en caos.
En una calle principal del bullicioso sector de Los Palos Grandes, la fachada del edificio de ocho pisos de María Elena Álvarez está descolorida, el vestíbulo luce oscuro y las paredes del estacionamiento están en mal estado.
“No hemos hecho reparaciones grandes porque el costo del condominio sería muy alto y la gente no podría pagarlo”, dijo María Álvarez, de 53 años. Además de vivir en el edificio, alquila dos de los otros departamentos por unos US$450 al mes cada uno, su principal fuente de ingresos.
Álvarez heredó las unidades de sus padres, a quienes les encantaba el vecindario arbolado por su facilidad para caminar y solían socializar con amigos y vecinos en restaurantes y tiendas cercanas. Hoy en día, su madre de 90 años rara vez sale del edificio. La mayoría de los nuevos restaurantes exclusivos de Los Palos Grandes están fuera de su alcance y sus ascensores a menudo no funcionan.
Los 7,7 millones de venezolanos que abandonaron el país en la última década eran en su mayoría residentes jóvenes que huían del colapso económico, mientras que las personas de mediana y tercera edad se quedaron, viendo cómo colapsaba el valor de sus salarios y pensiones. En áreas centrales y codiciadas como Los Palos Grandes, los que se quedaron viven ahora en medio de un auge del consumo —que no les incluye— impulsado por el libre flujo del dólar estadounidense.
Tras años de crisis económica e inflación desenfrenada, el Gobierno de Venezuela tomó medidas para permitir que el dólar se utilizara en grandes sectores de la economía, desatando el espíritu empresarial. Si bien eso fue suficiente para impulsar la apertura de nuevos restaurantes y tiendas de lujo, el progreso económico ha sido desigual, particularmente para muchos venezolanos con salarios estancados y en bolívares.
“No visito los locales vecinos, excepto el automercado”, dijo Álvarez, para quien es difícil cobrarle incluso US$20 mensuales a sus vecinos para reparaciones del edificio.
En el restaurante El Bosque, al final de la calle en la que queda su edificio, un aperitivo de panceta de cerdo cuesta US$22. Un trozo de pastel en la cafetería de la planta baja de su edificio vale US$6,5.
Venezuela aumentó por última vez el salario mínimo mensual a una combinación de US$60 en bonos del Gobierno, US$40 en cupones de alimentos y un salario base de menos de US$4. Los funcionarios públicos ganan alrededor de US$40 al mes antes de bonos del Gobierno, según el Observatorio Financiero de Venezuela. Eso contrasta con costos mensuales de alimentos de alrededor de US$550 para una familia de cuatro.
La situación se repite en la zona menos rica de Chacao, donde los descendientes de inmigrantes españoles, portugueses e italianos se han instalado desde hace mucho tiempo en apartamentos de poca altura, abriendo pequeñas tiendas de reparación, bares y carnicerías en la planta baja.
Ahora, los cafés elegantes que venden croissants de pistacho a US$8 y los bares de vinos que ofrecen degustaciones de queso y cabernet han comenzado a reemplazarlos.
Fabiola Palumbo, de 53 años, hija de un zapatero italiano que nació y creció en Chacao, gana un promedio de US$200 al mes dando clases extraescolares y conduciendo para una mujer de la tercera edad. Palumbo recuerda con nostalgia las veces que viajaba con sus hijos durante las vacaciones. Ahora, su familia rara vez sale y su auto averiado permanece en un estacionamiento.
“Yo no puedo ni entrar a la pizzeria que está a dos edificios”, donde una comida costaría al menos US$30 por persona, dijo Palumbo. “Hace años en esta calle teníamos abastos, una marquetería, varias zapaterías. Ahora lo único que ponen son sitios caros”.
El edificio donde viven ha tenido mejores días. El ascensor dejó de funcionar hace al menos diez años y los vecinos se turnan para cambiar las bombillas y pintar las paredes. El alquiler de unidades de una habitación en su vecindario ha aumentado hasta US$600, más del doble en los últimos tres años.
En el suroeste de Caracas, el municipio histórico de El Hatillo también está lleno de nuevos establecimientos que superan el presupuesto de sus residentes de toda la vida.
Su encantadora arquitectura de la época colonial ahora alberga bares en las azoteas y restaurantes de alta cocina venezolana donde los asistentes de valet esperan a los comensales.
Gonzalo Martín, de 62 años, vive en el sector El Cigarral del municipio de El Hatillo desde que nació. Al no poder jubilarse, continúa trabajando vendiendo suministros médicos. Los jubilados y pensionados venezolanos tienen un ingreso mensual base de aproximadamente US$3,5, según Daniel Cadenas, director de Oikos Research, con sede en Caracas, y bonos del Gobierno de US$70 y US$25 respectivamente.
En la urbanización de Martín, las casas que se están remodelando “no son de la gente que vivía allí, han tenido que mudarse y vender sus casas”, dijo. “Ya no queda clase media”.
Traducido por Malu Poveda.
Nota original: Vanishing Venezuela Middle Class Priced Out as US Dollar Rises