Pedro Nikken, expresidente de la CIDH: “La fuerza armada es otra vez el gran árbitro” en Venezuela
Daniel García Marco (@danigmarco)
¿Cuánto más se tiene que agravar la situación en Venezuela para que gobierno y oposición se sienten y negocien?
Tras dos meses y medio de protestas y 74 muertos, según la fiscalía, Pedro Nikken, que fue presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y mediador en el proceso de paz que puso fin a más de diez años de guerra civil en El Salvador, considera que la solución será dialogada. Pero para ello falta tiempo.
“Lo que uno percibe es una lucha muerte. O eres tú o soy yo. Cada una de las partes necesita derrotar a la otra absolutamente. Sin embargo, esa no es Venezuela”, dijo Nikken en una entrevista con BBC Mundo.
En un ambiente de fuerte polarización, el abogado de 72 años, que se define como opositor, rechaza hacer caso a las fuerzas extremas de ambos bandos.
Más allá de la grave crisis económica que atraviesa el país, la oposición acusa al gobierno de haberse convertido en una “dictadura” y reclama elecciones.
Por su parte, el gobierno, que promueve una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución, condena la violencia de unas manifestaciones que califica como actos “terroristas” de una “derecha” que pretende desestabilizar al Ejecutivo y promover una intervención extranjera.
Nikken analiza en diálogo con BBC Mundo las acusaciones de violaciones de derechos humanos en Venezuela y compara su experiencia en El Salvador con el momento actual en su país.
Usted es experto en la defensa de los Derechos Humanos. ¿Qué opina cuando ve las imágenes de los guardias nacionales portando armas de fuego y disparando?
Yo creo que esa imagen no revela un hecho aislado, sino que es finalmente testimonio gráfico de cosas que han venido sucediendo en estos tres meses de protesta (…)
Debería llamar la atención de la línea de mando de la Guardia Nacional. No son hechos aislados (…) Si un día ocurre una cosa anormal, y al día siguiente vuelve a ocurrir y al día siguiente vuelve a ocurrir, la línea de mando no está exonerada de la responsabilidad.
Aunque los manifestantes les hayan lanzado cócteles molotov, bombas lacrimógenas de vuelta, ¿el baremo para juzgar a las fuerzas del orden debe ser mayor?
Nunca es igual y sobre todo cuando estas manifestaciones empezaron sin ningún tipo de proyectiles, que han sido la respuesta a la violenta represión de la Guardia Nacional.
No es que justifique, pero quien siembra vientos recoge tempestades. Han lanzado una escalada de violencia y entre gente joven se produce una reacción. Los jóvenes no tienen la obligación de proteger a nadie, de respetar los derechos de nadie.
La Guardia Nacional se supone que es un cuerpo para garantizar los derechos de todos y el derecho a manifestar es constitucional y ha sido vulnerado repetidas veces.
¿Qué importancia pueden tener estos hechos para el desarrollo del conflicto?
Toda violación a los derechos humanos acarrea responsabilidad para quien la comete. Y eso aplica para el hechor, pero también para la autoridad que lo cobija, porque no lo ha previsto o no lo ha sancionado. Es tan responsable como quien actúa directamente.
¿Y qué consecuencias políticas?
No quiero especular demasiado, pero en el ámbito internacional esto hunde aún más la imagen del gobierno de Venezuela (…) Las consecuencias políticas hay que medirlas en la imagen del gobierno frente al país y la comunidad internacional como un gobierno democrático, que era algo sumamente importante de la imagen de la revolución bolivariana. Eso ahora se derrumba.
Esto debería tener algún tipo de consecuencia en la fuerza armada. El ejército no ha estado participando en la represión de las marchas. Los militares no pueden salir uniformadas a la calle a causa de estos excesos.
Despiertan reacciones adversas en la sociedad. Siempre guardamos un gran respeto por el uniforme y la carrera de las armas. Yo creo que eso se está perdiendo y eso tiene consecuencias en la institución, que no está acostumbrada a jugar el papel de villano en la sociedad.
¿Cuál es el desenlace de esta situación?
No lo veo todavía. Lo que uno percibe es una lucha muerte. O eres tú o soy yo. Cada una de las partes necesita derrotar a la otra absolutamente. Sin embargo, esa no es Venezuela.
En las capas intermedias de la población no hay ningún deseo de matarse los unos a los otros. Nadie ve una solución en eso. Y en los liderazgos estoy seguro de que hay sectores muy importantes que ven la necesidad de encontrar en cierta armonía una salida de esta encrucijada en la que nos encontramos.
¿Cuánto más se tiene que agravar la situación para que los dos entiendan que hay que negociar?
Ese es el problema. Todas las guerras terminan o en la victoria aplastante de una parte sobre la otra, la cual suele ser desastrosa, o en una negociación como en El Salvador o en Guatemala. Lo que pasa es que tienen que caer no 75, sino 75.000 muertos para que eso ocurra.
¿Seremos tan ineptos que tenemos que esperar que se derrame la sangre de decenas de miles de compatriotas para sentarnos a conversar? Me rehúso a aceptar eso. Hay que hacer un esfuerzo, así parezca ahora lejano e imposible, hay que buscar espacios de diálogo, poner a la gente a hablar (…)
Quien apuesta a las victoria total está dispuesto a la derrota total ¿Y si pierdes la guerra? Es una apuesta de vida o muerte a costa de muchas vidas.
El aplastamiento de una parte sobre la otra va a despertar los temores de la sociedad. Venezuela es ahora una sociedad que está atravesada por el miedo a que gane el otro, y una sociedad no se puede construir sobre la base del miedo. Hay que desmontar el miedo, que genera más odio.
En El Salvador, y usted fue testigo, dos bandos que eran irreconciliables se sentaron y llegaron a una solución. ¿Qué similitudes ve entonces con el momento actual de Venezuela?
Se sentaron impulsados por la convicción de que ninguno de los dos podía ganar, por una gran reflexión de parte de la derecha y de la izquierda y por el asesinato de los sacerdotes jesuitas.
Pero hasta que no hubo una guerra no fueron capaces de sentarse…
Ah, no, claro. Una guerra que duró más de diez años.
¿Es difícil pensar entonces que se van a sentar en Venezuela antes de que haya un hecho sangriento mayor?
Le tengo miedo a una rebelión popular con la fuerza armada dividida. Y no estamos tan distantes de que eso pueda ocurrir. A mí no me gusta decirlo, pero la fuerza armada es otra vez el gran árbitro.
Es la que tiene el poder real en un momento en el que todas las instituciones están desquiciadas. Es la única que parece que no está completamente desquiciada. Espero que sea árbitro para cumplir y hacer cumplir las leyes de la República.